viernes, 15 de noviembre de 2013

Ídem


es triste decirlo

pero

ya hace tiempo
que solo recuerdo tu cuerpo

de adentro
              de mucho más adentro

sólo sé que alguna vez oí tu sangre
en desordenada secreción

¡puta madre!


¿qué más había allá adentro?

viernes, 1 de noviembre de 2013

Resplandor

La rendición de la mirada al abismo, aquel del que nos advirtió Nietzsche, es un referente inevitable en “El resplandor”, uno de los mejores trabajos literarios de Stephen King.  El abismo, en este caso particular, es un pozo oscuro e insondable donde habitan, más que miedos atávicos, deseos inconfesables y temores exasperados. El abismo, por su naturaleza, termina devolviendo la mirada, envolviéndonos así hasta, según el monto emocional disponible, definir nuestras acciones. “El resplandor” no es tanto un libro de presencias sobrenaturales en un domicilio circunstancial tanto como es un trabajo alegórico sobre un hombre que no resistió el juego de miradas con el abismo.

Bajo esos términos no hay nada más espeluznante que un hombre mirando detenidamente hacia el interior de sí mismo porque al emerger -si acaso lo hace- podría traer consigo mismo un descubrimiento terrible. La maldad, abstracta y vivencial, toma tantas formas como recursos narrativos hay disponibles para el hombre al relatarla, desde hombres de traje subiendo impuestos encarnizadamente hasta criaturas peludas que no deben ser alimentadas después de la media noche, pero en cada uno de esos casos hay redención posible: escapar. Puedes correr por el bosque, blandir un arma mágica, conjurar un hechizo protector, urdir un amparo legal, portar una calibre 38 o simplemente -el mejor de todos los remedios- meterte debajo de una manta en tu habitación. Pero hay una modalidad del miedo de la que no podemos escapar, dela que no podemos alejarnos, porque es la clase de miedo que despierta la certeza de que algo extraño repta dentro de nosotros, silencioso y paciente, aguardando el impulso necesario -¿locura, desesperación, inseguridad?- para desbordarse y arrebatarnos de entre las manos todo. A Jack Torrance, por las circunstancias descritas en “El resplandor”, le es arrebatado su lugar en el mundo.

La construcción argumental del tercer libro de King es muy buena. Ni la perfección formal, ni la pulcritud sintáctica han sido el distintivo en la prosa del autor, se trata, más bien, de una novela estupendamente armada desde la minuciosidad emocional de cada uno de sus personajes. No hay desperdicio. Es cierto que se trata aún de una prosa impaciente y, aunque como generalidad tiene sentido, desprolija en algunos fragmentos pero no es más que el fallo de un escritor en formación y muy entusiasmado. Pero nunca se vuelve tediosa. Resalta, sobre todo, el detalle con el que traza el carácter y la relación que tienen los personajes de la familia entre sí. Cada una de las afirmaciones, guiños y rumores contribuyen para enmarcar una gran historia de horror que trasluce una notable novela de angustia emocional que hace eco en todos nosotros.

¿Alguna vez se han preguntado qué infunde miedo en aquellos que, deliberadamente y por oficio, nos asustan? Stephen King confesó que Jack Torrance encarnaba el peor de sus miedos: la proyección de un escritor alcohólico que es incapaz de mantener a su familia. Que, para él, “El resplandor” era un libro sobre el alcoholismo y la desintegración familiar que induce dicha adicción. El peor miedo del autor es, pues, causado por un hábito desbocado que amenazaba con llevarse al carajo su familia entera. Nada de monstruos fangosos, ni entidades cósmicas, ni posesiones demoníacas. Su novela se convirtió en un ensayo literario acerca del peligroso juego de mantener la mirada fija al abismo. Debo confesar que, casi por regla general, desprecio todos aquellos que abjuren de sus vicios. No sólo me parece de mal gusto sino que lo considero una falta de compromiso consigo mismo. No debe existir nada más importante que la lealtad que nos debemos. Sin embargo, por esta vez, me parece un acierto, mediante una proyección ficcional King -un alcohólico arrepentido- expió uno de sus grandes temores mediante una buena novela, los exorcizó no en una contienda en la nieve, sino en la encomienda personal de crear a Jack Torrance. La prueba incontrovertible de que Stephen King es un buen escritor es que supo mirar en el abismo, está entre nosotros para contarlo y sigue escribiendo.

A propósito de un mes de terror

¿Nos acompañas a pasar miedo?